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El TLCAN: El arte de entregar los valores

A principios de octubre atendí una invitación del Consejo Nacional Agropecuario (CNA) para hacer una exposición en su foro anual, realizado en la ciudad de Aguascalientes. El tema del foro, “La nueva visión ante el reto de alimentar al mundo”, me hizo entender que viviría una experiencia surrealista, ya que a México, con una dependencia alimentaria del exterior de 42 por ciento, le falta mucho para alimentar a los propios mexicanos, y si no puede con eso ahora, menos con el reto de atender al “mundo”.

Otra muestra del surrealismo que ya viven los mexicanos como realidad cotidiana la recibí en la fiesta de cóctel del CNA. El asesor agrícola de la embajada de Estados Unidos (EU) en México me comentó con orgullo que es muy viable que este año México logre un superávit comercial para el sector. Reconocí la trampa, conozco los datos.

“¿La balanza agroalimentaria?”, le pregunté, y respondió: “Sí”. Repliqué: ““No la balanza agropecuaria, sino la que tiene la cerveza como exportación del agro”.

“Sí, así es”, me respondió y explicó que la cerveza es un ejemplo emblemático del éxito del Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLCAN) para México, que muestra el valor de la integración continental. “¡Aún estamos nosotros exportando a México la malta para hacerla!” Y es cierto. Desde la entrada en vigor del TLCAN han crecido en siete veces las ventas de malta de EU a México.

“Entonces, si México no contribuye ni con el grano ni con la malta, exactamente ¿cuál es el valor agregado desde el agro mexicano?”, le pregunté. Respondió sólo con una risa nerviosa.

Eso es el TLCAN para México. Se entrega la soberanía alimentaria, con una apertura casi total y nada estratégica. Y aun con un producto como la cerveza en que el país sí tiene una ventaja comparativa frente a EU, se entrega casi todo el valor agregado a la contraparte comercial. Las ventas impresionantes no estimulan la actividad económica de los agricultores, ni siquiera a la industria doméstica de la malta. A cambio, México se convierte en una maquiladora para embotellar la cerveza. Contribuye con el agua, la cual cuenta el país en volúmenes limitados.

Y ya con la compra parcial de los dos monopolios grandes de la cerveza por parte de empresas extranjeras, ni las ganancias se quedan en el país.

Así ha sido la receta del gobierno mexicano, durante 20 años de un neoliberalismo intransigente. Se ha perfeccionado el arte de entregar valores.

El saldo espantoso para los agricultores. Para los agricultores mexicanos, el TLCAN desató un estado de crisis permanente, con dos periodos distintos. El primero puede llamarse “La gran inundación”. Con la liberalización acordada, se desató una oleada de compras de cárnicos y granos provenientes de EU, muchos a precios dumping, debajo de sus costos de producción. Con la decisión de parte del gobierno mexicano de acelerar la liberalización incluso de los productos que contaban con plazos graduales de apertura, como el maíz, la oleada se convirtió en tsunami.

He analizado a detalle ocho productos —maíz, soya, trigo, algodón, arroz, carne de res, cerdo y pollo— que compiten con productos mexicanos y cuyos niveles de exportación a México han crecido mucho desde antes del TLCAN. El volumen de las exportaciones creció considerablemente, con un mínimo de 159 por ciento en soya y un máximo de 707 por ciento en cerdo, entre el promedio 1990-2002 y 2006-08.

Los ocho productos han sido cuantiosamente apoyados por las políticas agropecuarias de EU, con subsidios que promediaron 11 mil 500 millones de dólares por año entre 1997 y 2005, y con otras políticas aún más importantes que impulsaron la sobreproducción. La mejor estimación del efecto de las políticas de EU para apoyar exportaciones se tiene en un indicador llamado “margen dedumping”, que considera el porcentaje en que los precios de exportación están por debajo de los costos de producción. Los ocho productos registraron un margen de dumping positivo durante 1997-2005, de entre 17 y 38 por ciento en los cinco cultivos y de cinco a diez por ciento en los productos pecuarios.

Los efectos sobre los precios en México también son significativos. Los precios al productor se redujeron drásticamente en todos los productos. Al comparar los precios de 2005 con los de principios de los 90’s (ajustados por la inflación) son de 44 a 67 por ciento más bajos. Y por los bajos precios, cayó la producción de algodón, soya, trigo y arroz. La demanda creciente por los cárnicos sostuvo tanto a la producción mexicana como a las importaciones. Igual ocurrió con el maíz, cuya producción aumentó en 50 por ciento, contrario a lo que podría esperarse. Esto dejó a México prácticamente autosuficiente en la producción de maíz blanco para consumo humano, pero muy dependiente de importaciones en el sector pecuario, que crece velozmente.

La dependencia de las importaciones en México aumentó significativamente en los ocho productos. En el sector pecuario, la dependencia pasó de cuatro a siete por ciento a principios de los 90’s a niveles de 16 a 31 por ciento en 2006-2008. En los cultivos, los niveles de dependencia iniciales ya eran altos a principios de los 90’s (siete-74 por ciento), pero en 2006-08 alcanzaron 34 por ciento en maíz y 97 por ciento en soya.

El costo para los productores mexicanos. Suponiendo que los precios de los productos en México se contrajeron en la misma proporción que el margen de dumping, el costo global de las pérdidas en los ocho productos se estima en 12 mil 800 millones de dólares para el periodo de nueve años, o mil 400 millones cada año.

Las pérdidas anuales equivalen a más del diez por ciento del valor de todas las exportaciones agropecuarias de México hacia EU (incluyendo cerveza). Las pérdidas que ha costado el dumping de EU rebasan el valor total de las exportaciones de jitomate a ese país, que aumentaron vertiginosamente con el TLCAN.

Los productores de maíz fueron, por mucho, los más afectados, con pérdidas por seis mil 600 millones de dólares, un promedio de 38 dólares por tonelada o 99 por hectárea. Esto es más que el pago por hectárea promedio a pequeños productores bajo el esquema de subsidios de Procampo.

Termina la época ilusoria de la comida barata. Si esto fuera una apuesta del gobierno mexicano en el gran casino neoliberal por una política de comida barata y crecimiento dinámico, la perdió por ambos lados. Por su creciente poder, los monopolios agroalimentarios capturaron la gran parte del valor de las importaciones baratas, dejando una canasta básica cada año más costosa.

Y bajo el régimen neoliberal, se estancó la economía, particularmente en aquello que más necesitaba México: empleos. Con una pérdida de al menos dos millones de empleos en el campo, y con un crecimiento lento en el sector industrial, no es de sorprender que la participación de mexicanos en el sector informal creció hasta 57 por ciento.

Como resonó la consigna en el Zócalo durante la gran marcha por los zapatistas y en contra del TLCAN en enero de 1994: “¿Primer mundo?, já já já!”

Si bien el chiste sobre la comida barata comprada con salarios industriales fue de mal gusto, se volvió cruel cuando se desplomaron los precios internacionales del maíz y de otros cultivos en 2007. Y aún peor cuando la crisis financiera en EU provocó la Gran Recesión, que para México tumbó la fuente más importante no sólo de demanda y de capitales sino también de empleos y de las remesas enviadas por los migrantes.

Este segundo periodo del TLCAN puede llamarse “La dependencia costosa”. Se duplicaron los precios internacionales de cultivos básicos, provocando protestas violentas en decenas de países, incluso en México. Se aumentó el costo de la canasta básica de comida en 53 por ciento entre 2005-11. Y estalló el déficit en la balance comercial agropecuaria, llegando a cuatro mil 600 millones de dólares en 2008. De 1990 a 2011, el costo anual de las importaciones de alimentos subió de dos mil 600 millones a 18 mil 400 millones de dólares.

En gran parte, las importaciones de maíz causaron el déficit, ya que las políticas de apoyo al etanol en EU ya estaban desviando hasta 40 por ciento del cultivo a la producción del agrocombustible. Según otro estudio mío, esas políticas habían costado a México mil 500 millones de dólares entre 2005 y 2011 por la alza al precio del maíz atribuible a la expansión de la demanda por el etanol.

Hacia un futuro incierto. Los precios internacionales se han calmado este año. Pero se espera una volatilidad continua, por la carencia de reservas públicas, la creciente demanda por los agrocombustibles y una especulación financiera espantosa en los mercados de commodities desde la crisis financiera. Según la presentación que hizo en el foro del CNA el investigador Mark Rosegrant, del Instituto Internacional para la Investigación sobre Políticas Alimentarias (IFPRI, por sus siglas en inglés), el cambio climático hace aún más inciertas las perspectivas de México en el agro. Aun en el más optimista escenario, se prevén afectaciones significativas a la productividad agrícola.

Ya emerge un nuevo consenso a nivel internacional, y esto es algo que a mí me tocó resumir en la presentación del foro del CNA: la prioridad es invertir en la productividad de los agricultores pequeños y medianos, con base en un extensionismo público enfocado en la producción agroecológica.

Como enfaticé al final, no se puede lograr tales cambios sin reorientar las políticas comerciales, lo cual sirve también para reducir el alto costo de la dependencia. Como nos han mostrado tanto China como Brasil, se puede abrir la economía estratégicamente, sin desarmarse en sectores importantes. Como hemos mostrado en un estudio reciente, México podría recuperar su autosuficiencia en maíz.

Se puede capturar el valor del comercio. Y en el proceso, se puede rescatar los valores humanos que deben de determinar las políticas económicas, no al revés. En lugar de entregar sus valores.

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